Aquellos años con Steve Jobs

La primera pareja del fundador de Apple, madre de su hija mayor, le retrata en un libro como un ser «sumamente despótico» y un as en la cama 


Con su muerte hace dos años, Steve Jobs se convirtió en algo así como un santo laico, con canonización inmediata y catedrales dedicadas a su figura allí donde se inaugure un Apple Store. Sus frases circulan por internet como claves que sirven para descifrar la arquitectura de nuestra sociedad. 

Pero esa admiración generalizada y casi patológica no oculta que Jobs -por otra parte, como muchos santos de verdad- era un tipo difícil, a menudo insufrible, cargado de rarezas y de complejos de superioridad. La última aportación al desmenuzamiento público de su figura corre a cargo de su primera pareja, Chrisann Brennan, que en un libro de próxima publicación recuerda los años que pasaron juntos, desde el instituto hasta poco antes del nacimiento de su hija Lisa. 

El retrato que hace 'The Bite In The Apple' (el mordisco en la manzana) se centra más en la persona que en el mito, ya que Jobs aparece como un ser caprichoso, tiránico y cada vez más extraviado: en él, afirma Chrisann, «lo asombroso podía estar a un paso de lo terrible». Eso sí, el sexo entre ambos solía ser «sublime».

Steve y Chrisann se conocieron en secundaria y decidieron marcharse a vivir juntos en 1972, cuando andaban aún por los 17 años. Su primer hogar fue una habitación alquilada en una cabaña de madera, a la que el futuro fundador de Apple llevó un póster de Bob Dylan para colgarlo encima de la cama. En aquel tiempo, Jobs era «romántico casi al 100%», un idealista consagrado a componer poemas en su máquina de escribir eléctrica, aunque los versos le saliesen sospechosamente parecidos a los de su ídolo Dylan. Aquella fue también la época en la que los novios consiguieron un empleo ocasional como personajes de 'Alicia en el País de las Maravillas' en un centro comercial: Chrisann hacía de Alicia, mientras que a Steve le tocaba enfundarse un cabezón de espuma y, a turnos con otros dos, interpretar al Sombrerero Loco y el Conejo Blanco.

El capítulo del libro que ha adelantado el 'New York Post' se centra en una etapa posterior, cuando la pareja se mudó a una casa de cuatro habitaciones cercana a los cuarteles generales de Apple, en Cupertino (California). El recuento de aquellos años sirve a Chrisann para presentar, a través de anécdotas cotidianas, los primeros signos de la megalomanía que tanto se achaca a Steve Jobs: ya entonces, era muy amigo de organizar las vidas ajenas y entretenerse con juegos mentales. Quiso que su colaborador Daniel Kottke -uno de los primeros empleados de Apple- viviese con ellos y se negó a compartir habitación con su propia pareja. «Decía que no quería que asumiésemos roles y que él elegiría cuándo estábamos juntos», explica Chrisann. Al principio Steve se instaló en la habitación frontal de la casa -«era algo muy suyo colocarse como el capitán del barco»-, pero no tardó en darse cuenta de que había escogido mal: «Al cabo de un mes, retiró todas mis posesiones y se quedó con el dormitorio principal».

Fregar los platos

Steve Jobs aspiraba a convertirse en su gurú, del mismo modo que años antes había intentado guiarla en un 'viaje' de LSD. Cuando volvía de sus clases de meditación zen, solía hablar a su novia «en lenguaje simbólico» e incomprensible, pero esas exploraciones de su conciencia no impidieron que su carácter se fuese volviendo espinoso: Chrisann relata cómo, durante algunas conversaciones telefónicas en Apple, conectaba el altavoz para ridiculizar a su interlocutor, y también se duele de su trato deplorable a quienes consideraba inferiores, especialmente a los camareros. «Siempre había sido un inadaptado brillante, pero en aquellos momentos, y siendo generosa, no gestionaba bien su creciente poder. En realidad, era sumamente despótico»

Los síntomas de su endiosamiento eran sutiles, pero evidentes, como cuando preguntó si se podía llamar a alguien para que se ocupase de los platos sucios tras una fiesta en su casa: «Fregarlos nosotros ya no le parecía una opción. Había entrado en un mundo elitista (...). Acabé limpiando yo, no muy contenta».

El joven sentimental que mecanografiaba versos se iba convirtiendo en otra cosa, un gigante admirable desde algunos ángulos y tremendamente feo desde otros. El proceso culminaría meses después de la ruptura, cuando Chrisann dio a luz a Lisa en mayo de 1978. El fundador de Apple se negó durante años a reconocer a su hija, incluso después de una prueba de paternidad positiva, e incluso sostuvo que él era estéril. Y eso que, según parece, había quedado tan satisfecho como Chrisann de la calidad de sus relaciones sexuales: «Steve y yo compartimos noches de amor tan profundas que, sorprendentemente, unos quince años después, me llamó de forma inesperada para darme las gracias por ellas. En aquel momento él estaba casado y todo lo que me venía a la cabeza era 'guau, de verdad que los hombres son diferentes'».

Las claves

El libro. 'The Bite In The Apple', de 320 páginas, se publicó el 29 de octubre en Estados Unidos.

La autora. Chrisann Brennan (en la foto de arriba) fue la primera pareja más o menos estable de Steve Jobs y la madre de su hija mayor, Lisa. Posteriormente estudió arte y ahora se dedica a la pintura y el diseño gráfico en San Francisco.

La hija. Lisa Brennan-Jobs hizo las paces con su padre e incluso vivió en su casa algunos años. Estudió en Harvard y trabaja como periodista.