Doodle: Howard Carter encuentra la tumba de Tutankamon

¿Puede usted ver algo?», le preguntó lord Carnarvon a Howard Carter cuando el arqueólogo británico entró en la tumba de Tutankamón en 1922. «¡Cosas maravillosas!», respondió el egiptólogo al contemplar un espléndido tesoro. 

Ambos acababan de realizar el hallazgo arqueológico que les daría fama mundial, el lugar de descanso del joven faraón en el Valle de los Reyes (tumba KV62). Eran los primeros hombres en pisarla en 3.000 años.


Google rinde hoy homenaje al célebre arqueólogo con un «doodle» que recuerda el descubrimiento de la tumba intacta del joven faraón, cuyas joyas se exhiben en el Museo Egipcio de El Cairo.

Nacido en Swaffham (Reino Unido) en 1873, Howard Carter fue miembro de la Misión Arqueológica en Egipto entre 1891 y 1899, años en los que colaboró con el egiptólogo Flinders Petrie en la excavación de Tell el-Amarna e incluso fue designado inspector jefe del departamento de Antigüedades del gobierno egipcio. Descubrió las tumbas del faraón Tutmosis IV y de la reina Hatshepsut, pero el hallazgo que le convirtió en una celebridad fue el descubrimiento en 1922 de la tumba de Tutankamón.

El conde de Carnarvon, que financió la expedición, moriría poco después pasando a formar parte de la «maldición» de Tutankamón. Dos semanas antes de su fallecimiento, la novelista gótica Marie Corelli envió una carta a «The New York Times» en la que hablaba de un antiguo texto en árabe que vaticinaba la maldición: «Sobre los intrusos en una tumba sellada cae el castigo más horrible. La muerte llega volando hasta quien entra en la tumba de un faraón».

La leyenda llevó a Arthur Weigall, antiguo inspector del Servicio de Antigüedades de Egipto, a comentar al observar el buen humor de Carnarvon al abrir la tumba: «Si entra con este ánimo, le doy seis meses de vida». Seis meses después falleció.

Carter no creía en la maldición

Carter moriría con 65 años en 1939, alimentando igualmente la leyenda. Siguiendo sus indicaciones, habían extraído la momia de su sarcófago, separando los brazos y las piernas del faraón, seccionado la cabeza y el tronco, para poder extraer las joyas que lo adornaban, soldadas con las resinas del embalsamamiento. La dorada máscara había sido extraída con cuchillos calientes.

Cuando le hablaban de la «maldición» que supuestamente había caído sobre todos los que encontraron la tumba, él solía contestar: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas».

«Los antiguos egipcios, en lugar de maldecir a quienes se ocupasen de ellos, pedían que se les bendijera y dirigiesen al muerto deseos piadosos y benévolos… 

Estas historias de maldiciones, son una degeneración actualizada de las trasnochadas leyendas de fantasmas…

El investigador se dispone a su trabajo con todo respeto y con una seriedad profesional sagrada, pero libre de ese temor misterioso, tan grato al supersticioso espíritu de la multitud ansiosa de sensaciones», añadía.

Carter intentó localizar después sin suerte la tumba de Alejandro Magno y se informó de que se adentraría en Asia Menor, pero fracasó en su intento. Distinguido con el doctorado honoris causa en Ciencias por la Universidad de Yale y miembro de honor de la Real Academia de la Historia, fue en los últimos años de su vida asesor de coleccionistas y de diversos museos.

A su muerte fue enterrado en el cementerio de Putney Vale, en Londres. Sobre su tumba se leen dos frases que recogen su pasión por la egiptología. «Tú que amas Tebas, que tu espíritu viva, que puedas pasar millones de años, sentado con tu rostro hacia el viento del Norte, y los ojos resplandecientes de felicidad» y «Oh, Noche, extiende sobre mí tus alas, como las estrellas imperecederas».

Google continúa con este doodle de Howard Carter una serie en la que figuran el graffiti artístico de Keith Haring o el del español Ramón y Cajal. Entre sus últimos homenajes impactantes se encuentra el de la cremallera en homenaje de su inventor Gideon Sundback, el del de Robert Doisneau o el de Eadweard J. Muybridge.